PROSA Y VERSOS A LA AGRICULTURA Y A
LOS AGRICULTORES
Pedro Raúl Solórzano Peraza
Abril de 2017.
En Venezuela aún
existe un buen número de personas que consideran que la agricultura es una
actividad muy sencilla, que es solo tirar semillas al suelo y luego recolectar
y vender la cosecha, y que por lo tanto, los agricultores trabajan poco y
rápidamente se hacen ricos con esta actividad. Eso promovió hace unos años, que
muchas personas ajenas al medio, tales como comerciantes, barberos, médicos,
abogados, zapateros, y en general personas de cualquier actividad, intentaran
dedicarse a la agricultura. Sin embargo, al poco tiempo solo fueron quedando en
el campo los verdaderos agricultores.
Aquellos aventureros
del campo, al comenzar a sentir sobre sus cultivos los rigores de tantas cosas
desconocidas para ellos como los eventos erráticos de las lluvias, los ataques
inmisericordes de insectos plagas, la invasión de los campos por malezas de
veloz crecimiento, los accidentes de equipos y maquinarias agrícolas, la
incomunicación a la finca porque la carretera se hizo intransitable o porque se
cayó un puente en la vía, la romería necesaria para conseguir algún insumo
específico para aplicar al cultivo en momentos de emergencia, la indefinición
de precios y de condiciones para la recepción de la cosecha, el ataque de
pájaros en el arroz o en el sorgo que puede acabar con la producción, las
lluvias prolongadas y frecuentes de finales del ciclo que impiden la
recolección y causan daños al producto cosechado, la falta de transporte para
arrimar los insumos a la finca o para sacar la cosecha a los centros de
recepción, en fin, al enfrentar tantas situaciones de negativo impacto sobre la
actividad que querían emprender, fue cuando se dieron cuenta de las
complejidades de la agricultura y de la valentía, compromiso, pasión, que se
deben tener para ser agricultor.
Así, comenzó el éxodo
de aquellos improvisados agricultores y a permanecer los campos cultivados a
disposición de quienes admiran la agricultura en los siguientes términos:
Llegan las lluvias
despiertan los lirios
sabaneros
y las aguas comienzan
a llenar
las áreas que ocupan
los esteros.
Los pastos comienzan
a brotar
como verdes alfombras
en potreros,
y el ganado
agradecido va a pastar
para comenzar a
llenar sus cuerpos lastimeros.
Los maizales florecen
y se pintan de
amarillo
cuando el polen vuela
enloquecido
para llegar a arropar
a los pistilos.
Tierras planas y
pesadas
donde destacan
nutridos arrozales
con sus espigas
doradas, agitadas,
al impulso de vientos
matinales.
Cañaverales en flor,
raíces y tubérculos,
patillas, pepinos y
melones,
multitud de alimentos
producidos
en estas tierras de
tropicales condiciones.
En Venezuela siempre
ha habido muchos agricultores de tradición y de corazón, conocedores del
oficio, verdaderos hombres de campo. Aquellos que vibran de emoción con el olor
de la tierra y del estiércol; que celebran la alegría de la lluvia refrescante;
que disfrutan viendo germinar las semillas, viendo emerger las plántulas, crecer
y desarrollarse, florecer e inundar los campos con su polen y sus perfumes
característicos, con su colorido especial, viendo la formación de los frutos.
Aquellos que celebran el nacimiento de un nuevo miembro de un rebaño; que
despiertan felizmente con el canto de los gallos; que ven con satisfacción el
crecimiento de las ubres de las vacas que al amanecer están repletas de leche.
Esos buenos
agricultores son los que se entusiasman cuando el fruto del algodonero abre y
expone a la vista su limpia fibra que blanquea los campos de cultivo; cuando
las flácidas vainas de caraotas y frijoles se van abultando con el crecimiento
de sus granos; cuando florece el girasol con sus llamativos pétalos amarillos
que atraen a las abejas para que contribuyan en la polinización y se logre una
abundante producción de semillas; cuando escuadrones de ginósforos se
precipitan de las plantas de maní para enterrar sus puntas y promover la
geocarpia, que resulta en la formación de frutos subterráneos llenos de
almendras; cuando la tierra comienza a agrietarse por la presión del
crecimiento de raíces y tubérculos comestibles; cuando florecen el limonero y
el naranjo y la suave brisa nos trae sus perfumes de azahares; cuando los
frutales comienzan a cargarse de guayabas, mangos, nísperos, lechosas,
cambures, aguacates; cuando el mugido de las vacas recogidas en el corral nos
avisa que el ordeño va a comenzar; cuando el incansable cacarear de las
gallinas va acompañado de producción de huevos; y así, cuando ocurren tantas
cosas en esta apasionante actividad que es la agricultura.
Tenemos buenos
agricultores no hay que dudarlo. Aquellos que creen en esta actividad,
verdaderos héroes del campo venezolano. Los llaneros y guayaneses que además de
haber realizado acciones heroicas en la gesta libertadora del siglo XIX, hoy
las realizan en los confines de nuestros llanos produciendo carne para surtir
los frigoríficos citadinos y produciendo granos para la agroindustria; los agricultores
zulianos con su leche y sus exquisitos quesos, con sus aves, con sus frutas
tropicales de envidiable calidad, con sus uvas milagrosas; larenses y andinos
con su avalancha del aromático café, de multicolores y perfumadas flores, de
frescas hortalizas y frutos típicos de la región; los centrales endulzando el
paladar del pueblo con su blanca y refinada azúcar; los falconianos con sus
caprinos y pescado; y los orientales con sus pescados y sus sabanas cuarzosas plantadas
de bosques para alimentar la industria de papel y las ebanisterías del país.
Todos dedicados al uso adecuado de nuestros recursos suelo y agua.
Por eso es que el
refranero popular es sabio y tiene uno que dice “zapatero a tus zapatos”, lo
cual me permite referir un caso que me ocurrió con el barbero italiano que me
estuvo cortando el cabello durante muchos años y un día me dijo: ingeniero,
compré una finquita en Guárico, voy a sembrar maíz pero me dijeron que tenía
que echarle fertilizante, alguien me dijo que usted podía ayudarme, dígame ¿qué
le echo? Ante tanto desconocimiento de lo que es la agricultura le respondí:
échele bolas y rece bastante. Ya eso era un signo del fracaso que le esperaba.
La agricultura es un
arte y los agricultores son los artistas.
Pedro Raúl Solórzano
Peraza
Abril de 2017.
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