A propósito del Día Mundial
de la Agricultura
Pedro Raúl Solórzano Peraza
Septiembre de 2017
La agricultura, ese arte de
cultivar la tierra, tiene su origen en el Período Neolítico (del griego neo-nuevo y litos-piedra) o Edad de la Piedra Nueva o Pulida, ya que de la
Piedra Tallada del Paleolítico se pasa a pulir la piedra para fabricar armas y
otros objetos tales como implementos para el trabajo. Es uno de los períodos de
la Edad de Piedra y se considera que abarca desde el año 6000 hasta el año 3000
a.C. En ese período ocurre lo que se ha denominado la Revolución Neolítica, la
cual se refiere a la gran transformación que sufre la forma de vida de la
humanidad, que va pasando de nómada a sedentaria ya que se pasa de una economía
recolectora (recolección de frutos, caza y pesca) a una economía productora
(agricultura vegetal y animal).
El hombre, al inicio de su
presencia en la tierra, se alimentaba de vegetales que recolectaba en la
naturaleza, andaba como un mono saltando de árbol a árbol recolectando frutos y
robando huevos de los nidos de ciertas aves. También se alimentaba de carnes
provenientes de cacerías y de la pesca. Así, poco a poco fue descubriendo las
especies de mejor sabor, las que no ofrecían problemas de toxicidad para el
organismo y que tenían valor alimenticio porque saciaban su hambre y lo
ayudaban a mantenerse saludable.
Con el transcurrir del
tiempo llega un momento en el cual comienza a nacer la agricultura, ya que los
vegetales recolectables se iban haciendo escasos, el proceso de obtenerlos
implicaba caminar cada vez mayores distancias y mayores exposiciones a
peligros, y el hombre entonces comienza a cultivar esas especies útiles con el
objeto de concentrar su producción en áreas pequeñas y de fácil acceso.
Consecuentemente, el hombre comienza a establecerse en sitios más o menos
fijos, a domesticar y criar animales comestibles y útiles para el trabajo, desarrollando centros poblados. Así van
naciendo las grandes ciudades de la antigüedad, y el hombre nómada comienza a
ser más sedentario.
Si prestamos atención a la
localización de esas grandes ciudades, podemos apreciar que se desarrollaban a
orillas de importantes cursos de agua potable, de ríos imponentes que permitían
completar las dietas de la época con el agua y la rica fauna acuática, que era
fundamental en la alimentación del ser humano. Esas mismas fuentes de agua
comenzaron a ser utilizadas también para regar las plantas que el hombre
cultivaba, ya que se dio cuenta que durante la época seca, sin lluvias o con
precipitaciones insuficientes, las plantas agradecían la aplicación de agua, y
esto vino a ser el inicio de lo que hoy se conoce como agricultura de riego.
Así se fueron desarrollando
civilizaciones, y fueron creciendo las poblaciones y hubo necesidad de comenzar
a incrementar la producción de alimentos. Ante esta situación, el hombre
también comenzó a percatarse que las plantas cultivadas en ciclos sucesivos en
un mismo sitio cada vez crecían menos, que las plantas iban perdiendo
progresivamente vigor y el verdor natural de plantas sanas, en la medida que se
cultivaban los mismos terrenos año tras año, cayendo la producción de alimentos
por unidad de superficie en forma alarmante.
Por supuesto, el hombre que
ahora tenía más tiempo para pensar, empezó la búsqueda de soluciones a esta
disminución del crecimiento de las plantas. Una de sus primeras observaciones
fue cuando tuvo que comenzar a invadir nuevos terrenos en áreas vírgenes para
establecer sus cultivos, y observó que en esos suelos recién incorporados a la
producción de alimentos las plantas cultivadas volvían a crecer sanas y
robustas, recuperando el verdor característico de su follaje. En este momento
podemos decir que comienza la agricultura itinerante, una actividad
prácticamente ambulante que permitía que los terrenos una vez cultivados fuesen
abandonados temporalmente, descansaran y se recuperaran con el tiempo, para
poder ofrecer de nuevo la riqueza necesaria para que los cultivos volvieran a
producir cosechas abundantes. Esto ocurre porque las plantas extraen los
nutrientes del suelo para incorporarlos a sus tejidos u otros compuestos,
luego, cuando se realiza una cosecha más intensiva que la natural recolección
que antes realizaba el hombre, y los nutrientes se retiran en los productos
cosechados en cantidades relativamente altas, comienzan a disminuir las
reservas nutritivas del suelo, éstos se van empobreciendo y consecuentemente la
nutrición de las plantas comienza a ser deficiente, originándose todas esas
situaciones de pobre crecimiento que hemos mencionado.
Esa agricultura itinerante
también dio inicio a la aplicación al suelo de toda clase de residuos
orgánicos, para ayudar a recuperar los suelos,
dándole mejores condiciones a las plantas para un mayor crecimiento, mayor
rendimiento y productos de mejor calidad. Así el hombre fue descubriendo los
mejores residuos y comenzó a explorar y evaluar todo lo que podría serle útil
con esta finalidad, hasta que llegó a descubrir entre otras, dos cosas muy
importantes. Una, el gran valor de los excrementos animales como fuentes de
nutrientes y como mejoradores del suelo, que lo llevó a utilizar excrementos de
muy variadas especies animales incluyendo favorablemente los de las especies
que comenzaba a domesticar. Esto, además, lo llevó hasta explotar, aplicar y
agotar las grandes concentraciones mundiales de excrementos de aves y
murciélagos conocidas genéricamente como “guanos”. La otra, que fue la base
para el posterior nacimiento de la industria de fertilizantes fosfatados, fue
observar el gran efecto positivo que sobre el crecimiento de las plantas
ejercía la incorporación al suelo de huesos molidos o calcinados.
Cuando el guano comienza a
agotarse el hombre echa mano a otro descubrimiento que transitoriamente le iba
a solucionar su problema de suministro de nutrientes a las plantas cultivadas,
el cual fue la ubicación de yacimientos de salitre en varias partes del mundo,
pero mayormente concentradas al norte de Chile, por lo que se ha conocido como
“salitre chileno”. Este producto es una mezcla de nitratos, entre los cuales
predomina abiertamente el nitrato de potasio, por lo que dicho producto vino a
ser fuente de los dos nutrientes que la mayoría de las plantas requieren o
acumulan en mayores cantidades, el nitrógeno y el potasio.
Al conocerse la existencia
y las bondades del salitre, comienza su explotación intensiva en el siglo
antepasado para ser utilizado como fertilizante en la agricultura de Europa y
USA, que se convierten en los grandes consumidores de este producto. Sin
embargo, la rápida explotación de los yacimientos de salitre no ocurrió debido
solamente a su uso como fertilizante, sino que comenzaron a descubrirse otros
usos del mismo, destacando su utilidad para la fabricación de explosivos y
municiones.
El uso bélico del salitre
fue determinante para que pronto comenzara a escasear. Esa escasez, unida a las
dificultades de Alemania para obtenerlo durante la Primera Guerra Mundial a
comienzos del siglo XX, debido a que los ingleses controlaban y bloqueaban el
paso de los buques hacia el norte de Europa, vino a ser causa de otro de los
grandes avances tecnológicos del hombre: la fijación artificial del nitrógeno
atmosférico para la síntesis de amoníaco.
El amoníaco es la base para
la síntesis del resto de productos nitrogenados comenzando con el ácido
nítrico. Desde ese momento, el hombre comienza a producir mortíferos
explosivos, como por ejemplo la nitroglicerina y uno de sus derivados, la
dinamita. Esos hallazgos, esos avances tecnológicos, también van a ser utilizados
en la producción de otros materiales, entre los cuales destacan los
fertilizantes nitrogenados. Estos fertilizantes van a favorecer aumentos
considerables de los rendimientos en la moderna actividad de producción de
alimentos, que han sido particularmente necesarios después de la II Guerra
Mundial, cuando comienza a incrementarse la población mundial aproximándose a
una tendencia exponencial, como lo planteaba a finales del siglo XVIII el tan
nombrado economista británico Thomas Robert Malthus (1776-1834). Sin embargo,
la solución maltusiana fue recomendar la restricción voluntaria de nacimientos
de niños, mientras que los fertilizantes van por otra vía, que es la de
favorecer el incremento de la producción de alimentos para procurar satisfacer
los requerimientos de esa población en franca expansión.
Creo que así nació y fue
evolucionando la agricultura en el mundo, aunque en este caso esta historia
tiene un sesgo muy marcado hacia la importancia de los fertilizantes en la
producción de alimentos, sesgo que casi nunca logro eliminar en mis escritos.
Recordemos que: SIN FERTILIZANTES es imposible
producir la cantidad de alimentos que necesitamos para satisfacer los
requerimientos de la población.
En Amazon está a la venta el libro del autor:
“Fertilidad de suelos y su manejo en la agricultura venezolana”. Tiene
información muy útil para mejorar la práctica de fertilización de los cultivos,
con miras a una mayor productividad y a un mejor trato a los suelos y al
ambiente en general.
Pedro Raúl Solórzano Peraza
Septiembre de 2017.
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