A propósito
de la Navidad 2017, el episodio más importante en la vida de los cristianos del
mundo por ser la celebración del nacimiento de Jesús, se me ha ocurrido
recordar algunas notas que he escrito en relación a la agricultura y a los
agricultores venezolanos.
En Venezuela
aún existe un buen número de personas que consideran que la agricultura es una
actividad muy sencilla, que es solo tirar semillas al suelo y luego recolectar
y vender la cosecha, y que por lo tanto, los agricultores trabajan poco y
rápidamente se hacen ricos con esta actividad. Eso promovió hace unos años, que
muchas personas ajenas al medio, tales como comerciantes, barberos, médicos,
abogados, zapateros, y en general personas de cualquier actividad, intentaran
dedicarse a la agricultura. Sin embargo, al poco tiempo solo fueron quedando en
el campo los verdaderos agricultores.
Aquellos
aventureros del campo, al comenzar a sentir sobre sus cultivos los rigores de
tantas cosas desconocidas para ellos como los eventos erráticos de las lluvias,
los ataques inmisericordes de insectos plagas, la invasión de los campos por
malezas de veloz crecimiento, los accidentes de equipos y maquinarias
agrícolas, la incomunicación a la finca porque la carretera se hizo
intransitable o porque se cayó un puente en la vía, la romería necesaria para
conseguir algún insumo específico requerido por el cultivo en momentos de
emergencia, la indefinición de precios y de condiciones para la recepción de la
cosecha, el ataque de pájaros en el arroz o en el sorgo que puede acabar con la
producción, las lluvias prolongadas y frecuentes de finales del ciclo que
impiden la recolección y causan daños al producto cosechado, la falta de
transporte para arrimar los insumos a la finca o para sacar la cosecha a los
centros de recepción, en fin, al enfrentar tantas situaciones de negativo
impacto sobre la actividad que querían emprender, fue cuando se dieron cuenta
de las complejidades de la agricultura y de la valentía, compromiso, pasión,
que se debe tener para ser agricultor.
Entonces
comenzó el éxodo de aquellos improvisados agricultores y los campos cultivados fueron
quedando a disposición de quienes realmente sienten y admiran la agricultura. De
aquellos que vibran de emoción con el olor de la tierra y del estiércol; que
celebran la alegría de la lluvia refrescante; que disfrutan viendo germinar las
semillas, viendo emerger las plántulas, viendo a las plantas crecer y
desarrollarse, para que al florecer inunden los campos con su polen y sus
perfumes característicos, con su colorido especial, viendo al final la
formación de los frutos que son el producto de su esfuerzo. Aquellos que
celebran el nacimiento de un nuevo integrante de un rebaño; que despiertan
felizmente con el canto de los gallos; que ven con satisfacción el crecimiento
de las ubres de las vacas que al amanecer están repletas de leche.
Esos buenos
agricultores son los que se entusiasman cuando el fruto del algodonero abre y
expone a la vista su limpia fibra que blanquea los campos de cultivo; cuando
las flácidas vainas de caraotas y frijoles se van abultando con el crecimiento
de sus granos; cuando florece el girasol con sus llamativos pétalos amarillos
que atraen a las abejas para que contribuyan en la polinización y se logre una
abundante producción de semillas y de aceite; cuando escuadrones de ginósforos
se precipitan de las plantas de maní para enterrar sus puntas y promover la geocarpia,
que resulta en la formación de frutos subterráneos llenos de almendras; cuando
la tierra comienza a agrietarse por la presión del crecimiento de raíces y
tubérculos comestibles como la yuca y la papa, como el ñame y el ocumo; cuando
florecen el limonero y el naranjo y la suave brisa nos trae sus perfumes de
azahares; cuando los frutales comienzan a cargarse de guayabas, mangos,
nísperos, lechosas, cambures, aguacates; cuando el mugido de las vacas
recogidas en el corral nos avisa que el ordeño va a comenzar; cuando el
incansable cacarear de las gallinas va acompañado de producción de huevos; y
así, cuando ocurren tantas cosas en esta apasionante actividad que es la
agricultura.
Tenemos
buenos agricultores no hay que dudarlo. Aquellos que creen en esta actividad,
verdaderos héroes del campo venezolano. Los llaneros y guayaneses que además de
haber realizado acciones heroicas en la gesta libertadora del siglo XIX, hoy
las realizan en los confines de nuestros llanos produciendo carne para surtir
los frigoríficos citadinos y produciendo granos para la agroindustria; los
agricultores zulianos con su leche y sus exquisitos quesos, con sus aves, con
sus frutas tropicales de envidiable calidad, con sus uvas milagrosas; larenses
y andinos con su avalancha del aromático café, de multicolores y perfumadas
flores, de frescas hortalizas y frutos típicos de la región; los centrales
endulzando el paladar del pueblo con su blanca y refinada azúcar; los
falconianos con sus caprinos y pescado; y los orientales con sus pescados y sus
sabanas cuarzosas plantadas de bosques para alimentar la industria de papel y
las ebanisterías del país. Todos dedicados al uso adecuado de nuestros recursos
suelo y agua.
La
agricultura es un arte y los agricultores son los artistas.
Recordemos
que cuando pequeños estábamos pendientes de la Navidad a la espera del Niño
Jesús con sus regalos, con sus presentes para la alegría de padres e hijos. Esta Natividad del año 2017,
esperemos llenos de confianza, de alegría, que venga a nosotros con el regalo
del inicio de un nuevo país, diferente a los anteriores pero mejor que todos
ellos.
Feliz Navidad
2017 y próspero año 2018 a todo el pueblo de Venezuela, en especial a los
agricultores.
Pedro Raúl
Solórzano Peraza
Diciembre de
2017.
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