Llegan las lluvias,
despiertan los lirios sabaneros
y las aguas comienzan a llenar
las áreas que ocupan los esteros.
Los pastos comienzan a brotar
como verdes alfombras en potreros,
y el ganado agradecido va a pastar
para comenzar a llenar sus cuerpos lastimeros.
Los frutales se muestran
pletóricos de flores,
para formar abundancia de frutos
con tan amplia gama de sabores.
Los maizales florecen
y se pintan de amarillo
cuando el polen vuela enloquecido
para llegar a arropar a los pistilos.
Al lado, los campos de sorgo,
millones de granos enrojecidos
alimentos de pollos y porcinos,
satisfacción del productor agradecido.
Tierras planas y pesadas
donde destacan nutridos arrozales
con sus espigas doradas, agitadas,
al impulso de vientos matinales.
Girasoles que retan la belleza
con sus cabezas circulares y de oro,
llenas de semillas aceitosas
que para el productor, representan un tesoro.
Agricultura bajo techos y sin ellos,
de cebollas, tomates, pimentones,
corazón de guisos y ensaladas
que en las cocinas se preparan a montones.
Cañaverales en flor, raíces y tubérculos,
patillas, pepinos y melones,
multitud de alimentos producidos
en estas tierras de tropicales condiciones.
Así es la magia de la agricultura
tropical, variada en especies y en sabores, en paisajes, en tecnologías, en
sistemas de producción, en agricultores, pero todos empeñados en producir
alimentos para la población, en producir forrajes para el ganado, fibras
textiles, flores, madera para construcción y mobiliarios, en fin, todo lo que
se le pueda sacar racionalmente a estas maravillosas y disímiles tierras que
cubren nuestro territorio.
Pedro Raúl
Solórzano Peraza
Mayo de
2019.
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