No dejamos de horrorizarnos con los sucesos cotidianos
de Venezuela. La falta de servicios y algunas veces su mala calidad nos
complica la vida enormemente. Las fallas en el suministro de electricidad crean
caos en las calles porque los semáforos no funcionan; los residentes en
edificios no pueden utilizar los ascensores y recursos de seguridad como
puertas y portones eléctricos, cámaras y otras facilidades; además de tener que
recurrir a las velas para no vivir en tinieblas. Las fallas en el suministro de
agua potable nos regresa a los tiempos pueblerinos cuando había que ir con
recipientes a la “pila”, que era un sitio común para un vecindario completo, al
cual llegaba una simple tubería; o ir al sitio donde se estaciona un camión
cisterna y reparte agua a los vecinos; y además se nos dificulta el aseo
personal. El servicio de internet tan malo y frecuentemente ausente en zonas
densamente pobladas que complica cualquier transacción comercial, ya que no hay
dinero en efectivo circulando y tampoco los puntos de pago con tarjetas
funcionan. El pésimo servicio de recolección de basura que contamina las
ciudades, dejándolas llenas de desechos regados por calles y aceras, que se
convierten en rápidos criaderos de moscas y promueven la invasión de ratas. La
falta de medicinas que causa grandes trastornos a la salud de los ciudadanos, y
hasta se convierte en un arma mortífera cuando el enfermo no consigue el
remedio adecuado y oportuno, y fallece. La falta de alimentos que está
promoviendo una generación de desnutridos y ha causado la locura de muchos, por
la desesperación de no conseguir el alimento para sus hijos, llegando a cometer
actos fuera de toda norma ciudadana.
¡Qué barbaridad!
Como resultado de esa locura colectiva, recientemente
pudimos observar videos mostrando grupos de personas asaltando fincas ganaderas
para matar animales y poder tener carne para la alimentación, en episodios que
muestran el salvajismo al que ha llegado nuestro pueblo, y además, la impunidad
con la que realizan estos actos. Estos grupos se comportan igual que un grupo
de leones al acecho de una víctima, que puede ser un bisonte, un venado, una
jirafa, una cebra, o cualquier otro animal que les pueda brindar su carne para
el banquete. Lo rodean, lo persiguen, se rotan en este proceso hasta que la
víctima comienza a mostrar cansancio y eventualmente a detenerse. En este
momento una de las fieras trata de morderlo y retenerlo por una pata, otra
fiera lo muerde por el vientre, y el golpe final lo asesta la fiera que logra
morderlo en el cuello, tumbarlo y asfixiarlo hasta que moribundo, ya sin
fuerzas, comienza a recibir las dentelladas que van rompiendo sus carnes,
desmembrando su cuerpo.
De igual manera pudimos ver a estas fieras humanas
perseguir a un indefenso maute, cansarlo dentro de los alambres de púas de un
limitado potrero, tratar de agarrarlo y tumbarlo, hasta que el pequeño bovino,
ya sin fuerzas, se rinde y comienza a recibir las dentelladas asesinas, que en
este caso no son los dientes leoninos sino una variada gama de armas blancas
que se hunden en las carnes de la víctima y luego comienzan a deslizarlas para
desmembrar su cuerpo y repartirse el botín.
¡Qué barbarie!
Esta locura que no respeta la vida de animales
domésticos, también ha llegado a que en Venezuela no se respete la vida de las
personas. Hemos visto, ya durante años, y recientemente con mayor frecuencia y
saña, cómo persiguen a la gente, los acorralan, los engañan con falsos acuerdos,
y luego las víctimas comienzan a recibir las dentelladas de estos salvajes, que
son la metralla que sale de piezas de artillería liviana y pesada, esos trozos
metálicos comienzan a hundirse en las carnes, ahora humanas, hasta que se acaba
la vida de estos ciudadanos.
¡Qué barbarie!
Otra barbaridad son las declaraciones recientes del
ministro de agricultura, que han sido excelentemente analizadas por el estimado
Profesor Werner Gutiérrez. Quiero anexar un comentario a esos anuncios. En
primer lugar, lo etéreo en señalar que la “agricultura evolucionó 67% en el
2017”. ¿Qué quiere decir eso? Creo que solo en la mente de este militar está la
respuesta. En segundo lugar, declaró que se sembraron 168.000 hectáreas de
arroz. Si eso fuese cierto, con un rendimiento promedio de 5 toneladas/hectárea
(porque menos que eso sería antieconómico y resultado de una mala práctica
agrícola), esa producción alcanzaría para un suministro de 31 kilogramos de
arroz per cápita para una población de 30 millones de personas, lo cual sería
excelente y no hubiese sido necesario importar arroz de Surinam, Pakistán y
Brasil, entre otros.
¡Qué barbaridad! Cómo mienten.
Pedro Raúl Solórzano Peraza
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