sábado, 8 de abril de 2017

PROSA Y VERSOS A LA AGRICULTURA Y A LOS AGRICULTORES

Pedro Raúl Solórzano Peraza
Abril de 2017.

En Venezuela aún existe un buen número de personas que consideran que la agricultura es una actividad muy sencilla, que es solo tirar semillas al suelo y luego recolectar y vender la cosecha, y que por lo tanto, los agricultores trabajan poco y rápidamente se hacen ricos con esta actividad. Eso promovió hace unos años, que muchas personas ajenas al medio, tales como comerciantes, barberos, médicos, abogados, zapateros, y en general personas de cualquier actividad, intentaran dedicarse a la agricultura. Sin embargo, al poco tiempo solo fueron quedando en el campo los verdaderos agricultores.

Aquellos aventureros del campo, al comenzar a sentir sobre sus cultivos los rigores de tantas cosas desconocidas para ellos como los eventos erráticos de las lluvias, los ataques inmisericordes de insectos plagas, la invasión de los campos por malezas de veloz crecimiento, los accidentes de equipos y maquinarias agrícolas, la incomunicación a la finca porque la carretera se hizo intransitable o porque se cayó un puente en la vía, la romería necesaria para conseguir algún insumo específico para aplicar al cultivo en momentos de emergencia, la indefinición de precios y de condiciones para la recepción de la cosecha, el ataque de pájaros en el arroz o en el sorgo que puede acabar con la producción, las lluvias prolongadas y frecuentes de finales del ciclo que impiden la recolección y causan daños al producto cosechado, la falta de transporte para arrimar los insumos a la finca o para sacar la cosecha a los centros de recepción, en fin, al enfrentar tantas situaciones de negativo impacto sobre la actividad que querían emprender, fue cuando se dieron cuenta de las complejidades de la agricultura y de la valentía, compromiso, pasión, que se deben tener para ser agricultor.

Así, comenzó el éxodo de aquellos improvisados agricultores y a permanecer los campos cultivados a disposición de quienes admiran la agricultura en los siguientes términos:

Llegan las lluvias
despiertan los lirios sabaneros
y las aguas comienzan a llenar
las áreas que ocupan los esteros.

Los pastos comienzan a brotar
como verdes alfombras en potreros,
y el ganado agradecido va a pastar
para comenzar a llenar sus cuerpos lastimeros.

Los maizales florecen
y se pintan de amarillo
cuando el polen vuela enloquecido
para llegar a arropar a los pistilos.

Tierras planas y pesadas
donde destacan nutridos arrozales
con sus espigas doradas, agitadas,
al impulso de vientos matinales.

Cañaverales en flor, raíces y tubérculos,
patillas, pepinos y melones,
multitud de alimentos producidos
en estas tierras de tropicales condiciones.

En Venezuela siempre ha habido muchos agricultores de tradición y de corazón, conocedores del oficio, verdaderos hombres de campo. Aquellos que vibran de emoción con el olor de la tierra y del estiércol; que celebran la alegría de la lluvia refrescante; que disfrutan viendo germinar las semillas, viendo emerger las plántulas, crecer y desarrollarse, florecer e inundar los campos con su polen y sus perfumes característicos, con su colorido especial, viendo la formación de los frutos. Aquellos que celebran el nacimiento de un nuevo miembro de un rebaño; que despiertan felizmente con el canto de los gallos; que ven con satisfacción el crecimiento de las ubres de las vacas que al amanecer están repletas de leche.

Esos buenos agricultores son los que se entusiasman cuando el fruto del algodonero abre y expone a la vista su limpia fibra que blanquea los campos de cultivo; cuando las flácidas vainas de caraotas y frijoles se van abultando con el crecimiento de sus granos; cuando florece el girasol con sus llamativos pétalos amarillos que atraen a las abejas para que contribuyan en la polinización y se logre una abundante producción de semillas; cuando escuadrones de ginósforos se precipitan de las plantas de maní para enterrar sus puntas y promover la geocarpia, que resulta en la formación de frutos subterráneos llenos de almendras; cuando la tierra comienza a agrietarse por la presión del crecimiento de raíces y tubérculos comestibles; cuando florecen el limonero y el naranjo y la suave brisa nos trae sus perfumes de azahares; cuando los frutales comienzan a cargarse de guayabas, mangos, nísperos, lechosas, cambures, aguacates; cuando el mugido de las vacas recogidas en el corral nos avisa que el ordeño va a comenzar; cuando el incansable cacarear de las gallinas va acompañado de producción de huevos; y así, cuando ocurren tantas cosas en esta apasionante actividad que es la agricultura.

Tenemos buenos agricultores no hay que dudarlo. Aquellos que creen en esta actividad, verdaderos héroes del campo venezolano. Los llaneros y guayaneses que además de haber realizado acciones heroicas en la gesta libertadora del siglo XIX, hoy las realizan en los confines de nuestros llanos produciendo carne para surtir los frigoríficos citadinos y produciendo granos para la agroindustria; los agricultores zulianos con su leche y sus exquisitos quesos, con sus aves, con sus frutas tropicales de envidiable calidad, con sus uvas milagrosas; larenses y andinos con su avalancha del aromático café, de multicolores y perfumadas flores, de frescas hortalizas y frutos típicos de la región; los centrales endulzando el paladar del pueblo con su blanca y refinada azúcar; los falconianos con sus caprinos y pescado; y los orientales con sus pescados y sus sabanas cuarzosas plantadas de bosques para alimentar la industria de papel y las ebanisterías del país. Todos dedicados al uso adecuado de nuestros recursos suelo y agua.

Por eso es que el refranero popular es sabio y tiene uno que dice “zapatero a tus zapatos”, lo cual me permite referir un caso que me ocurrió con el barbero italiano que me estuvo cortando el cabello durante muchos años y un día me dijo: ingeniero, compré una finquita en Guárico, voy a sembrar maíz pero me dijeron que tenía que echarle fertilizante, alguien me dijo que usted podía ayudarme, dígame ¿qué le echo? Ante tanto desconocimiento de lo que es la agricultura le respondí: échele bolas y rece bastante. Ya eso era un signo del fracaso que le  esperaba.

La agricultura es un arte y los agricultores son los artistas.


Pedro Raúl Solórzano Peraza
Abril de 2017.




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